Voy a comenzar la primera actividad que nos ha encargado Irune yendo a echar un vistazo a la tienda que nos ha recomendado: La mar de letras. Me encantan las tiendas de libros que tienen estanterías atiborradas de ejemplares de todo tipo, no importa si están organizados en categorías bien clasificadas o revueltos sin ningún orden aparente. En una tienda así me puedo tirar horas y horas cogiendo libros por el título o por el dibujo de portada, manosearlos, ojear el contenido, leer la contracubierta o las notas sobre el autor, y, en función de la conexión mágica que haya establecido con el libro y la conexión extraordinaria con mi poder adquisitivo en ese momento, decido echarlo a la buchaca o hacerle una fotografía con el móvil para retenerlo en mi lista de deseos.
No sé cómo será La mar de letras. Irune la esbozó de palabra: “una tienda pequeñita”, “dos mujeres que se leen todo lo que tienen por las mañanas”, “los críos y madres acuden a la salida del cole”. No hizo falta más. Inmediatamente mi cabeza echó a volar y convirtió al cuerpo en un cacho de carne con ojos, sentado en un aula de La Salle mientras aguantaba estoicamente el fiero reflejo del sol vespertino. Eso sí, lo dejó programado para asentir con la cabeza cada diez segundos para que nadie notara que el Angel que estaba en clase había mutado de un ser vivo a mera estatua de sal.
La breve descripción de Irune no incluía cuál era el estilo de La mar de letras. Al principio dudé entre quedarme con la imagen de una tienda moderna como las que surgen por Malasaña y Chueca, del estilo Las tres rosas amarillas, o de las antiguas como la Lepanto, en la que pasaba mis ratos muertos de universitario deambulando por el centro de Zaragoza sin rumbo. Para seguir con la tradición, mi imaginación fue más rápida que mi razón analítica y saldó la duda con el argumento de siempre: “little less conversation and little more action”. Irune había dicho que estaba en Ópera, así que me lancé por las callejuelas de alrededor del teatro en busca de La mar de letras. Buscaba una tienda pequeña, con una puerta estrecha de cristal y un ventanal a modo de escaparate a través del cual se podían ver estanterías llenas de libros, algunos de ellos de esos que se abren y aparecen maquetas en 3D de mundos y colores imposibles.
La encontré sin problemas en una calle que cortaba a Las Hileras. A través del escaparate pude ver una pequeña mesa camilla vestida con falda de terciopelo verde bajo la que había un brasero con las ascuas todavía anaranjadas. Las dependientas eran dos señoras de edad avanzada, al modo de las ilustraciones de la abuela de la Caperucita Roja del libro que leí cuando tenía dientes de leche. Las mujeres estaban sentadas alrededor de la mesa camilla, tapándose los muslos con la falda de la mesa para protegerse de esa capa de frío que se pega al cuerpo inactivo. Una de ellas estaba haciendo ganchillo, mientras la otra leía atentamente una nueva edición de Vania el forzudo, verdadero superhéroe de mi infancia. Ambas tenían el pelo blanco, lleno de rizos arreglados en la peluquería esa misma mañana, y llevaban con gafas redondas a través de las cuales se adivinaban unos ojillos, claros en el caso de la que hacía ganchillo y negros como el azabache en la que estaba leyendo.
Las observé a través del cristal de la puerta antes de entrar, dudando si entrar o dejarlo para otro día y permitir a las mujeres disfrutar del momento de paz en el que estaban inmersas. Finalmente, empujé la puerta sin querer y la campanilla que avisaba un nuevo cliente lanzó un sonido metálico en todas las direcciones de la tienda. Me quedé parado un momento como para pedir perdón, pero las dos mujeres levantaron la vista en ese momento con una cálida sonrisa en los labios invitándome a entrar. Bajé los tres escalones de la escalera que descendía desde la calle al suelo de la tienda y me planté delante de las mujeres con el ánimo de comprar el libro que Irune nos ha pedido para la primera actividad.
“El libro que elijáis debe ser literario..bla..bla… para saber si es literario o no ..bla..bla…os tenéis que leer los apuntes del capítulo uno al tres, con especial atención a los versículos…bla..bla…”- el cuerpo que había dejado en La Salle empezó a mandarme señales de alerta indicándome que Irune estaba diciendo algo importante, así que tuve que evaporarme de La mar de letras y volver a clase para saber qué libro hay que comprar y con qué objetivo. Parece que mi espíritu libre va a tener que lidiar con unos apuntes trazados con escuadra y cartabón para aprender que la imaginación también puede volar en un espacio organizado. Glubs.