domingo, 27 de septiembre de 2015

La mar de letras

Voy a comenzar la primera actividad que nos ha encargado Irune yendo a echar un vistazo a la tienda que nos ha recomendado: La mar de letras. Me encantan las tiendas de libros que tienen estanterías atiborradas de ejemplares de todo tipo, no importa si están organizados en categorías bien clasificadas o revueltos sin ningún orden aparente.  En una tienda así me puedo tirar horas y horas cogiendo libros por el título o por el dibujo de portada, manosearlos, ojear el contenido, leer la contracubierta o las notas sobre el autor, y, en función de la conexión mágica que haya establecido con el libro y la conexión extraordinaria con mi poder adquisitivo en ese momento, decido echarlo a la buchaca o hacerle una fotografía con el móvil para retenerlo en mi lista de deseos.
 
No sé cómo será La mar de letras. Irune la esbozó de palabra: “una tienda pequeñita”, “dos mujeres que se leen todo lo que tienen por las mañanas”, “los críos y madres acuden a la salida del cole”. No hizo falta más. Inmediatamente mi cabeza echó a volar y convirtió al cuerpo en un cacho de carne con ojos, sentado en un aula de La Salle mientras aguantaba estoicamente el fiero reflejo del sol vespertino. Eso sí, lo dejó programado para asentir con la cabeza cada diez segundos para que nadie notara que el Angel que estaba en clase había mutado de un ser vivo a mera estatua de sal.

 
La breve descripción de Irune no incluía cuál era el estilo de La mar de letras. Al principio dudé entre quedarme con la imagen de una tienda moderna como las que surgen por Malasaña y Chueca, del estilo Las tres rosas amarillas, o de las antiguas como la Lepanto, en la que pasaba mis ratos muertos de universitario deambulando por el centro de Zaragoza sin rumbo. Para seguir con la tradición, mi imaginación fue más rápida que mi razón analítica y saldó la duda con el argumento de siempre: “little less conversation and little more action”. Irune había dicho que estaba en Ópera, así que me lancé por las callejuelas de alrededor del teatro en busca de La mar de letras. Buscaba una tienda pequeña, con una puerta estrecha de cristal y un ventanal a modo de escaparate a través del cual se podían ver estanterías llenas de libros, algunos de ellos de esos que se abren y aparecen maquetas en 3D de mundos y colores imposibles.
 
La encontré sin problemas en una calle que cortaba a Las Hileras. A través del escaparate pude ver una pequeña mesa camilla vestida con falda de terciopelo verde bajo la que había un brasero con las ascuas todavía anaranjadas. Las dependientas eran dos señoras de edad avanzada, al modo de las ilustraciones de la abuela de la Caperucita Roja del libro que leí cuando tenía dientes de leche. Las mujeres estaban sentadas alrededor de la mesa camilla, tapándose los muslos con la falda de la mesa para protegerse de esa capa de frío que se pega al cuerpo inactivo. Una de ellas estaba haciendo ganchillo, mientras la otra leía atentamente una nueva edición de Vania el forzudo, verdadero superhéroe de mi infancia. Ambas tenían el pelo blanco, lleno de rizos arreglados en la peluquería esa misma mañana, y llevaban con gafas redondas a través de las cuales se adivinaban unos ojillos, claros en el caso de la que hacía ganchillo y negros como el azabache en la que estaba leyendo.
 
Las observé a través del cristal de la puerta antes de entrar, dudando si entrar o dejarlo para otro día y permitir a las mujeres disfrutar del momento de paz en el que estaban inmersas. Finalmente, empujé la puerta sin querer y la campanilla que avisaba un nuevo cliente lanzó un sonido metálico en todas las direcciones de la tienda. Me quedé parado un momento como para pedir perdón, pero las dos mujeres levantaron la vista en ese momento con una cálida sonrisa en los labios invitándome a entrar. Bajé los tres escalones de la escalera que descendía desde la calle al suelo de la tienda y me planté delante de las mujeres con el ánimo de comprar el libro que Irune nos ha pedido para la primera actividad.
 
“El libro que elijáis debe ser literario..bla..bla… para saber si es literario o no ..bla..bla…os tenéis que leer los apuntes del capítulo uno al tres, con especial atención a los versículos…bla..bla…”- el cuerpo que había dejado en La Salle empezó a mandarme señales de alerta indicándome que Irune estaba diciendo algo importante, así que tuve que evaporarme de La mar de letras y volver a clase para saber qué libro hay que comprar y con qué objetivo. Parece que mi espíritu libre va a tener que lidiar con unos apuntes trazados con escuadra y cartabón para aprender que la imaginación también puede volar en un espacio organizado. Glubs.
¡Hola a todo el mundo! Me llamo Ángel y soy un alumno de tercero de Primaria en la Salle. Nuestra profe de Literatura española -por todos conocida como Irune- nos ha pedido que creemos un blog para llevar el portafolio de toda la asignatura, et voilà! Aquí está mi blog. A lo largo del curso se irá llenando con mis trabajos y las opiniones de mis compañeros de clase, así que..¡¡estad atentos a las nuevas publicaciones!!

¿De dónde le viene el nombre al blog? Pues de la frustración de haber descubierto a Gabriel García Márquez cuando ya había pasado de largo los treinta. Mi desesperación no es fruto de que que mi talento no esté a la altura de la comparación, sino resultado de que, sencillamente, la comparación no es posible por una cuestión de dimensión temporal. 

A la edad que empecé a leerle, Gabo ya había escrito La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Los funerales de la Mamá Grande y andaba liado gestando nada menos que Cien años de soledad…Como comprenderéis, a esas alturas, ya no había nada que hacer. Si le hubiera conocido antes, mucho antes, hubiera podido plasmar todo mi talento literario en servilletas de bares, post it multicolores, hojas de sucio y de limpio, y luego haberlo juntado todo en obras con las que tratar de tú a tú al bueno de Gabriel. Seguro que sí.

Coñas aparte, Gabriel García Márquez es, sin duda, el autor que más me ha impresionado. Y lo ha hecho prácticamente en todas y cada una de las hojas que he leído de sus obras. De Cervantes he aprendido ética y moral; con Ramiro Pinilla y Victor Hugo he tenido que digerir la amargura de la vida; Ana María Matute me ha invitado a vivir entre hadas y tragos; Laforet y mi paisana Puértolas me han mostrado el mundo de las mujeres independientes..Pero si hay alguien que ha conseguido que me acercara a un libro con la excitación del que se acerca a una obra maestra, ése ha sido Gabo. Una imaginación desbordante que se plasmaba de manera casi brutal en imágenes surrealistas -¿a quién se le ocurre poner un barco en un desierto? ¿O esa niña que comía tierra?-, la crítica hacia el colonialismo feroz enmascarada en la omnipresente plantación de plátanos, el calor soporífero del Caribe que saltaba de las páginas para hacerme sudar en pleno mes de enero..


Por todos esos momentos en los que mi vida transcurrió en Macondo y rodeado de sus gentes, le debía una al Maestro. Espero que este sencillo intento de atraer a nuevos seguidores al arte de las letras sea del agrado de Gabriel García Márquez, Gabo. Por él y por todos los amantes de la lectura, tanto los nuevos como los que están por llegar.